Mujer, afrodescendiente, negra, latinoamericana. Esther Pineda es todo aquello y desde ahí escribe. Creció en Caracas, junto a su mamá y su abuela, ambas maestras, y mirando televisión. Cuando comenzó a estudiar Sociología abrió los ojos y comenzó a analizar contenidos culturales con las herramientas de la teoría, análisis que se potenció con el feminismo. Enseguida se encontró con un obstáculo: el feminismo no le daba todas las respuestas que precisaba siendo mujer y negra, y el feminismo negro, norteamericano, no le permitía pensar desde su territorio. Empezó a escribir para “plantear cosas que nadie estaba explicando”. Su último libro es La mujer espectáculo, publicado por Prometeo, un minucioso trabajo acerca de las narrativas sexistas y feministas en los medios de comunicación.
Este libro se hace eco de la infinidad de horas -incalculables- que Pineda pasó frente a una pantalla mirando series, telenovelas, otro tipo de programas y películas. De Yo soy Betty, la fea y las novelas de Thalía a Los Simpson y Friends: Pineda deconstruye tramas, personajes principales y secundarios, y suma datos duros acerca de la presencia de las mujeres en la escena y detrás de ella. “Así como actualmente convergen los medios tradicionales y emergentes, convergen el sexismo de siempre y el feminismo, que trata de mantenerse a flote en medio de la avalancha, el aluvión de contenidos sexistas en los medios”, dice la autora a Página/12. Magister en Estudios de la Mujer, vive en Buenos Aires y es investigadora en derechos de las mujeres y discriminación racial. Ha publicado, entre otros, Cultura femicida. El riesgo de ser mujer en América latina, Bellas para morir. Estereotipos de género y violencia estética contra la mujer y Ser afrodescendiente en América latina. Racismo, estigma y vida cotidiana.
Habla con fascinación de la película La sustancia, dirigida por Coralie Fargeat, y con espanto de los filtros que existen para alterar selfies, que le blanquean la piel y le afinan la nariz. Cuenta que vive el racismo en carne propia. “Cada vez que voy a viajar, cuando me presento en una taquilla de migración, me preguntan por qué viajo. Cuando digo que voy a presentar un libro o dar un curso de posgrado hay funcionarios de migraciones que no me creen”, grafica. “Hay contextos en los que generalmente uno está más expuesto que en otros, pero siempre está la posibilidad, latente, de vivir el racismo“, explica. Ese pensamiento la lleva a decir algo que desarrolla en su libro: “En los imaginarios sociales las personas negras son traficantes, delincuentes, gente muy pobre, sin estudios ni herramientas, que generan conflicto y violencia. ¿Dónde aprendemos esos imaginarios? De las producciones culturales”.
-Entonces… ¿mejoraron las cosas en los últimos años?
-Persiste el predominio de las narrativas sexistas tanto en los medios tradicionales como en los llamados emergentes. Sea en el formato que sea, el tipo de programación que sea, se trate de entretenimiento o información, sea un reality show o ficción. Por supuesto hay algo que ha estado presente en los últimos 25 años: los intentos de narrativas feministas que están, se asoman y emergen; en algunos momentos se repliegan y desaparecen, en otros cobran más fuerza y surgen más. Pero siguen siendo menos, tienen menos impacto y alcance y son menos consumidos. La particularidad de esta época es que conviven incluso en un mismo contenido narrativas sexistas y feministas. Por ejemplo, en una serie cualquiera hay un montón de prejuicios y estereotipos que colocan a la mujer en determinado rol, como la madre abnegada, pero también hay algún personaje, situación o acto disruptivo que hace ese mismo personaje. Algunos contenidos intentan introducir cuestionamientos, aunque sean muy pequeños, para acompañar el cambio de época.
-Otra novedad es el streaming, también analizado en el libro.
-En la sociedad actual hay mucha expectativa con él. Yo no lo veo alternativo, novedoso, transgresor o transformador. Veo que reproduce los mismos prejuicios y estereotipos sexistas de siempre, incluso en algunos casos con mucha más fuerza que en los medios tradicionales. Veo mucha desprofesionalización y una hipersexualización de las mujeres, que no son las más productoras de contenido del streaming. Hay cosas que tienen mucho alcance, otras que no, algunas tienen recursos, otras no… pero todo termina siendo tan hegemónico como en los medios de siempre. Los que más se consumen son aquellos productos hechos por hombres blancos, con recursos económicos, que vienen de un contexto con ciertas ventajas sociales, muchos “hijos de”. Las mujeres que tienen más alcance también son blancas, con recursos económicos, visibilidad mediática y muchas tienen experiencia en otros espacios como modelaje. No suelen ser las protagonistas. Están ahí como una más, a veces como de relleno. Y generalmente veo que reiterativamente hablan de sexo. Ponen sus prácticas, dinámicas o relaciones sexuales para la satisfacción de imaginarios masculinos.
-¿Qué puede pasar con las producciones culturales en un contexto de ataque al feminismo?
-En un contexto que demanda mayor igualdad, acceso, visibilidad, transformación y en parte eso se logra, se genera resistencia de parte de quien detenta el poder político social de construcción de imaginarios y narrativas, que es el poder patriarcal. Estamos en un contexto de mucho antifeminismo, y de declive del alcance del feminismo por dos razones: el alcance de objetivos, lo que condujo al repliegue, y el aumento de prácticas y narrativas violentas, que hace que como mecanismo de autoprotección algunas empiecen a disgregarse. Las producciones culturales con perspectiva feminista, transgresora, cuestionadora, suelen descender en estos momentos. Es una disminución del volumen de producción cultural sobre el tema pero también se puede el surgimiento de productos de mayor calidad y profundidad porque, justamente, surgen en un momento que no es de auge o que no garantiza el pegue que podrían tener en otro momento.
-¿Y qué pensás del pinkwashing?
-La mayoría de las industrias no son hoy más inclusivas, pero si ven que pierden audiencia por sus contenidos sexistas o racistas incorporan, la mayoría de las veces muy mal, discursos, personajes o narrativas feministas, antirracistas o LGTB. No es sólo para atraer el consumo de estos grupos sino también para evitar escraches y críticas. A veces captan de manera superficial, tratan con mala calidad y sin profundidad un tema, y contribuyen a su trivialización, entonces hacen más daño que bien. Un ejemplo es la película Romper el círculo, que aborda el tema de la violencia íntima dando a entender que es fácil para una mujer salir de eso. Barbie muestra un supuesto feminismo que es muy superficial y termina desmovilizándolo. Pero hay otros ejemplos, como La sirenita, en la que pusieron un personaje negro. No es que Disney se volvió inclusivo sino que vio que los negros gastan, consumen. Por un lado, si bien hay una instrumentalización, una manipulación light, por el otro hay aspectos positivos: hay niñas de 4 años que pueden sentirse identificadas. Hay gente negra, afro, indígena entrando a estos ámbitos de producción cultural. Además, mujeres de la industria que han sido estereotipo empiezan con los años a cambiar de perspectiva, diciéndole que no a ciertos papeles. Esto también explica la convergencia.
@P12